lunes, 13 de octubre de 2014

Cuento policial para trabajar en clase Nº 5



 LA MARCA DEL GANADO de Pablo De Santis (ADAPTADO)

El primer animal apareció en el campo de los Dosen y a nadie le hubiera llamado la atención de no haber estado tan cerca del camino y con la cabeza colgando. Fue a fines del 82 o principios del 83, me acuerdo porque hacía pocos meses que había terminado la guerra de Malvinas y todos hablábamos del hijo del veterianrio Vidal, su padre, quien para escaparle al dolor de perder un hijo se entregó de lleno al trabajo. Vidal fue quien investigó cada una de las reses mutiladas que empezaron a aparecer desde entonces. Al principio los Dosen le echaron la culpa al Loco Spica, un viejo inofensivo que andaba cazando nutrias y gritando goles por el campo, con una radio portátil que había dejado de funcionar hacía un cuarto de siglo. El viejo Spica podía matar algo para comer, pero nunca hubiera hecho algo así: la cabeza casi seccionada, tiras de cuero arrancadas de una manera muy rara, como si el animal se hubiera convertido en un objeto investigación o de un ritual satánico. Finalmente se demostró que él no había sido ya que las mutilaciones de los animales continuaron una vez que el viejo Spica ya había fallecido.Lo cierto es que nuestro comisario, Baus, fue a buscar al veterinario Vidal para que estudiara las marcas y tratara de encontrar alguna pista. El comisario parecía desconcertado.
A partir de entonces, el bar que heredé de mi padre y en el que hoy trabajo, se convirtió en una especie encuentro para debatir sobre cuál era el motivo de las mutilaciones. A nadie le importaba una vaca de más o de menos, porque acá cuestan poco y nada, pero asustaba imaginar al culpable, solo, en la noche, derribando al animal con un golpe en la cabeza, inventando formas distintas para cortarlo, etc. Yañéz, el mecánico, creía que lo hacía una secta. Soria, el jefe de estación de trenes, creía que era por la culpa de algún ser extraterrestre. Baus, el comisario, si es que tenía alguna teoría no se la contaba a nadie. Una noche, cuando le pregunté quién creía que lo hacía, me respondió tranquilo: es uno de nosotros.
¿Pero quién? Porque aquellas mutilaciones no traían ningún beneficio ni seguían un plan reconocible. Podían caer en el campo de cualquiera, y tampoco dentro de su locura seguían un sistema determinado.
Hubo casos más espectaculares que otros, y de una ejecución más arriesgada, como el ternerito que apareció colgado en la finca de los Dorey, muy cerca de la casa. Los Dorey no oyeron nada, los perros apenas ladraron y se callaron enseguida. A la mañana se encontraron con el ternero colgado de una rama.
Durante todo ese tiempo, aun mientras los otros policías invadían su lugar, el comisario Baus siguió investigando. Las mutilaciones se convirtieron en una obsesión para él. A veces lo veía, por las noches, en la comisaría, bajo los tubos fluorescentes, los mapas del campo extendidos en la mesa, con los sitios donde habían aparecido los animales encerrados en círculos rojos, intentaba adivinar el próximo caso. El comisario sufría, por eso yo tuve la tentación de entrar de noche en la comisaría para apartar los mapas y las grabaciones y decirle la verdad. No hubiera servido de nada, porque él ya había hecho algo tan grande con aquellas vacas muertas, había construido con paciencia un gran misterio que no encerraba sólo al culpable sino a todos, que nada de lo que yo le dijera lo hubiera dejado contento. La verdad le hubiera parecido insuficiente; y si yo hubiera hablado, pero no hablé, lo habría considerado un engaño, una estúpida mentira.
De todos en el pueblo quizás yo era el único que no tenía pero ninguna teoría. Todas me parecían verosímiles y creíbles en algún aspecto. Nunca tuve ninguna idea sobre la causa de las mutilaciones, nunca investigué nada, y si llegué a la verdad fue por casualidad.
Un día volvía, un poco borracho de la casa de unos primos que quedaba a cuarenta y cinco kilómetros del pueblo. Mis primos me habían invitado a dormir pero como no soporto camas ajenas decidí agradecer la invitación pero volver a casa. La noche estaba clara y desde lejos vi la vieja camioneta Ford de Vidal, detenida a un costado del camino, con los faros apagados. Pensé que se le había quedado el motor. Entonces detuve el auto y me bajé dispuesto a ayudarlo. Dije “buenas noches, doctor”, pero Vidal no me respondió. Cuando me acerqué, vi con claridad al veterinario que, inclinado sobre la res abatida, practicaba los cortes con pulso firme. Vidal empuñaba con firmeza el viejo bisturí alemán con sus iniciales en el mango, sin preocuparse por que yo lo observaba. Era tal su indiferencia que yo me sentí culpable por estar allí, por invadir la ceremonia privada que nunca llegaría a comprender.
No dormí esa noche, y abrí el bar más tarde de lo habitual, y cuando ya a las cuatro, cuando empezaban a llegar los muchachos, quise decirles la verdad, me di cuenta de que no había llegado el momento oportuno. Esperé que hablaran, que expusieran sus teorías, sus ovnis, sus sospechas; cuando el último terminara de hablar, yo, callado hasta ese entonces, diría la verdad y ellos me oirían en silencio. Pero luego decidí comentarlo el día siguiente.
Al otro día tampoco me pareció que era el momento oportuno. Me gustaba escucharlos hablar, e inventar teorías acerca de las mutilaciones.
Pasaron tres semanas desde la noche en que vi la Ford de Vidal junto al camino hasta la mañana en que el veterinario entró a mi establecimiento para tomar una grappa. Después de tomarla de un trago me preguntó por qué no había hablado. Le dije que no era asunto de mi incumbencia y pareció aceptar mi respuesta como algo razonable; era evidente que él también pensaba que el asunto no era de la incumbencia de nadie más, más que la de él. Me costaba hablar con él, me daba cierto pudor, como si fuéramos cómplices de alguna situación no sólo espantosa, sino también ridícula, pero al fin pregunté por qué, dije sólo por qué, incapaz de terminar la pregunta.
El veterinario dejó dos monedas en la mesa y me respondió. Dijo que siempre había sido un buen veterinario. Después las cosas cambiaron. A su hijo le tocó primero la marina, luego una base naval en el sur, y finalmente la guerra de Malvinas. Él lo esperó sin optimismo y sin miedo hasta que una mañana un Ford Falcon blanco de la marina con una banderita en la antena se detuvo frente a su casa. Él lo vio llegar desde la ventana. Del auto bajó un joven oficial que caminó con lentitud hacia la puerta. Golpeó la puerta, lo saludó y después le tendió con torpeza una carta con los colores patrios en una esquina, cruzados por una cinta negra. La mano del joven oficial temblaba al sostener la carta donde decía que el hijo del doctor Vidal había sido tragado por el mar.
Fue allí, según sus palabras, que el doctor Vidal descubrió algo que hasta ese entonces se le había ocultado: el mundo era maligno, y no podía pasar este hecho por alto. El mundo era maligno y para el mundo no existía ninguna armonía ni ninguna verdadera curación posible. Sintió que la cura era una falta a la verdad. Siguió sanando a los animales, porque era su trabajo y no sabía hacer otra cosa, pero decidió dejar en la noche y en los campos una marca, la señal de qué él sabía en realidad que no había salvación para este mundo tan cruel. Entonces se dedicó a curar pero también a matar y a mutilar, a dejar en la noche las letras sangrientas de su mensaje. Aunque nunca dijo destinado a quién.
Yo lo había escuchado en silencio, sin interrumpirlo ni hacerle ninguna otra pregunta, y no lo saludé ni me saludó cuando se fue. No sé si la explicación tuvo algo que ver, pero a partir de allí hubo menos casos, uno cada tres semanas, no más...
Diario: La Nación - Fecha de publicación: 17/06/2002
Sección del diario: Crónicas del país (Publicado en Edición impresa)
En La Pampa ocurren muertes misteriosas de ganado vacuno
Lo hallan eviscerado, con cortes limpios.





SANTA ROSA.- Sin explicación, desde hace un mes se suceden en varios campos de La Pampa misteriosas muertes de vacunos, cuyos cuerpos presentan mutilaciones de órganos practicadas con un procedimiento desconocido que produce cortes cauterizados. Desde el 15 del mes último se contabilizaron 36 casos y nadie pudo determinar aún cómo ni quién faenó los animales. Los veterinarios que analizaron los cortes quirúrgicos no encuentran explicación natural y coinciden en que el asunto escapa a sus conocimientos.
El 15 de mayo, en un campo cercano a Macachín, un productor rural halló una vaca muerta y denunció en la comisaría las extrañas circunstancias que rodeaban el asunto. El consternado campesino narró que el cuerpo parecía cocinado y presentaba perfectos cortes en la cabeza, de la que habían sido extraídos los globos oculares, un oído completo, toda la piel y la musculatura del maxilar, la lengua, el esófago y la tráquea.
También faltaban la ubre y los genitales. Los cortes eran rectos y limpios y las heridas estaban cauterizadas, "como causadas por un elemento caliente", denunció el productor.
Más de 30 casos similares fueron denunciados, sin que nadie pudiese aportar una explicación lógica. El miércoles último, tres especialistas de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad Nacional de La Pampa, de General Pico, realizaron la autopsia al cuerpo de una vaca muerta en circunstancias similares.
Dubarri es el coordinador del Laboratorio Regional de Senasa quien sostuvo que los sucesos tenían más que ver con "un fenómeno extranatural, porque escapa a lo que nosotros conocemos, como la actividad de depredadores, abigeos o cazadores furtivos", dijo.
Este fenómeno, que intriga por igual a chacareros, investigadores médicos, policías y autoridades, ha sido relacionado por los pobladores con avistajes de luces y objetos extraños en el cielo, lo que les sugiere la hipótesis de objetos voladores no identificados (OVNI). También circula una versión sobre un engendro de la mitología popular local llamado chupacabras, que succiona por la fuerza la leche de las vacas.
Las extrañas mutilaciones (que comenzaron a principios de mayo, en Salliqueló) suceden en una amplia superficie que abarca el centro y sudeste de La Pampa. Según el relevamiento realizado por LA NACION, en un mes se habían sucedido 36 casos.
Otros veterinarios que han analizado animales mutilados son Juan Manuel Ostertag y Raúl Noceda, ambos de General Acha, y José Cassavilliani, de La Adela. Los tres coinciden en que "los casos muestran notables similitudes, como que los animales aparecen con la cabeza quemada, sin una gota de sangre, y les faltan todos los órganos sensoriales". Además, las vacas no ofrecen resistencia a los ataques. No se constatan huellas ni indicios de lucha o desorden en torno del animal.



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